EL REFLEJO DE LAS PALABRAS, UN EJEMPLO MÁS DE LA GRAN LITERATURA DE ORIENTE

EL REFLEJO DE LAS PALABRAS

De un tiempo a esta parte, parece ser que la literatirua procedente de Oriente Próximo y de Oriente Medio, ha roto las barreras del ostracismo y ya obtiene muchos reconocimientos en distintos niveles. Pongamos como ejemplo “Cometas en el cielo“ del escritor estadounidense de origen afgano Khaled Hosseini (quién también está vendiendo ejemplares a porrillo de “Mil Soles Espléndidos”), llevaba al cine y convertido en todo un bestseller contemporáneo. O al escritor turco Orhan Pamuk, premio nobel de literatura en 2006, que con títulos como “Me llamo Rojo”, “Nieve” o “El museo de la inocencia”, está presente en toda buena librería y biblioteca que se precie. Pero lo dicho; son solos unos casos puestos como ejemplos. Existen escritores buenos, muy buenos y excelentes, independientemente de su país de procedencia y de la popularidad de la que goce.

Pero si hay algo que define y unifica la literatura arraigada en países de origen árabe son las temáticas a tratar, y en la mayoría de los casos hay una en particular que reflejan como nadie: los lazos profundos e indestructibles entre un padre y un hijo. Esta es la base de “El reflejo de las palabras” de Kader Abdolah. No se dejen engañar por su título que parece sacado de un capítulo de un libro de reiki o autoayuda. Su significado es más profundo y muy adecuado al punto de partida de una novela bien desarrollada, de fácil lectura y con muchísimos temas que da pie a la reflexión y al entendimiento de la cultura musulmana. Además de ser bastante original y conmovedora, ayuda a su comprensión su carácter autobiográfico. Ismail, un novelista iraní exiliado en Holanda, recibe por correo el diario de su padre fallecido, un tejedor de alfombras de Arak, región remota y montañosa de la antigua Persia. Aga Akbar es el nombre de su padre, y, sordomudo de nacimiento, ha escrito esas páginas usando los símbolos de una antigua inscripción cuneiforme grabada en una cueva del monte sagrado del Azafrán hace tres mil años, un hermoso lenguaje desconocido que nadie ha conseguido aún descifrar.

A veces sólo es cuestión de paciencia. Cuando una cosa no resulta, hay que dejarla reposar un tiempo. De este modo se da margen a la vida para que encuentre una salida por sí sola”.

Aunque parezca un guión vastamente rebuscado, la traducción de esas notas por parte de Ismail, se convierte en un propósito que roza la obsesión, pero que sirve para enganchar al lector. Son muchos los capítulos de recuerdos de unas vidas pasadas que convierten lo trivial en algo extraordinario:

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Un buen día pedí prestado un proyector de películas. Al caer la noche, cuando salió la luna llena y mi padre se disponía a trepar hasta la azotea por la escalera de mano, lo agarré de la manga y le dije:

– ¡Ven aquí! Voy a enseñarte algo.

Él se resistió; quería ir a ver su luna.

– Escúchame, no hace falta que subas al tejado. Te tengo preparada una luna en el cuarto de estar.

No entendió.

– La luna – le indiqué por medio de gestos -. La he metido en ese aparato. Para ti. ¡Ven a mirar!

Mi padre esbozó la típica sonrisa que exhibía cuando no entendía lo que intentaba explicarle. Le acerqué una silla y corrí las cortinas.

– ¡Siéntate! – gesticulé antes de apagar la luz.

Él vaciló un momento y luego se sentó, con la mirada fija en la pantalla.

Encendí el proyector. Primero aparecieron unas palabras en inglés, seguidas bruscamente de una luna nueva. No se percibía aún ninguna reacción por parte de mi padre, que continuaba observando en silencio. De forma sucesiva fueron surgiendo en la pantalla una luna creciente, una media luna y una luna llena. Mi padre se volvió y me buscó con la mirada, detrás del aparato.

Ésa no era la luna de Ispahán, sino la de Estados Unidos, inalcanzable y con un fondo azul oscuro. A continuación, la pantalla mostró el Apolo XI.

¿Era capaz mi padre de entender la relación existente entre la luna y el Apolo XI?”

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La redacción de Kader Abdolah es tan directa que el lector puede oler el aroma de la comida persa y sus especies y sentir el tacto de las alfombras. También se pueden oír cánticos populares, que en muchas ocasiones aparecen en forma de poemas. Es un libro tan completo que nos brinda la oportunidad de conocer el fascinante contexto socio-político de Irán, desde la implacable obstinación de Reza Kan en modernizarlo todo, hasta la fuerte represión del régimen de los ayatolás. Sin dejar de citar la terrible y conocida guerra que el país tuvo con Irak. La poca piedad de Saddam Hussein contra el pueblo iraní está tan bien descrita (y sin carencias de cruda ironía) que podemos sentir el estruendo de los bombardeos.

Lo más curioso de esta novela es que, todos los sucesos que relata su protagonista Ismail, guarda bastante relación con la vida del autor, si indagamos en su biografía. Hossein Sadjadi Ghaemmadami Farahani es el verdadero nombre de este autor, nacido en 1954, que adoptó el de Kader Abdolah en honor a un compañero de la resistencia. El espacio y tiempo concuerdan.

Y sí; cuando acabéis de leerlo no dudaréis en consultar en cualquier buscador de internet imágenes de Persia e Ispahán. Actualmente es Irán, y al sur de Teherán está Ispahán, que conserva el mismo nombre. La belleza de sus edificios y de sus países animará a los más osados a visitarlo algún día.

reflejoG

Satur Romero Márquez.

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