Cap 12. OLVIDANDO LA TIERRA II

Víctor abandonó solemne el umbral de la puerta. Tras él aparecieron dos hombres ataviados con un uniforme completamente negro, con el símbolo dorado de la Universidad de Málaga de Astrofísica y Comunicaciones Espaciales a un lado del pecho y un número de cuatro dígitos bordado en blanco al otro.

Le gustaba lo de los números, no eran difíciles de recordar. Recordar caras le resultaba imposible, mucho más con el tiempo, cuando todos empezaron a aparecerse unos a otros. Una misma clase y prácticamente un mismo empleo. El mismo número de hijos, uno. Un peinado, un idioma, un partido, el Partido de la Gente, aunque curiosamente nadie utilizó nunca esa palabra para referirse a sí mismo. Una paradoja que era el axioma vital de la mayor parte de esos diez mil millones de auto complacidos humanos que compartían un mismo afán por adelantar al otro en una carrera hacia la muerte repetida una y mil veces, y mostrar al mundo sus medallas vacías de significado. Estos dos eran dos más. Pero aparentemente bien dotados para ejercer la fuerza bruta y acatar órdenes.

Los aprehendieron con la determinación de aquellos destinados a hacer cumplir la ley sin tener que responder por ella. Cuántas veces no había añorado actuar de aquella manera, sin cuestionarse lo que había de hacer, simplemente obedeciendo. Él no era capaz de comportarse así. Siempre vivía atenazado por la duda. En los ojos de sus captores no había lugar para algo tan trivial como la duda.

Ni siquiera intentó resistirse, era inútil. Se encontraba débil, apenas había comido en los últimos días y los huesos y músculos de su cuerpo se encontraban atrofiados por la reclusión. De todos modos no tenían donde huir.

Salieron de su escondite escoltados y vieron por primera vez la inmensidad del lugar donde se encontraban. Por la intensidad del zumbido constante, que discretamente alteraba la atmósfera, intuía que se encontraban en la zona de maquinarias. Recorrieron un pasillo cuyos extremos se escapaban a la vista. A decir verdad no era consciente del verdadero tamaño de la nave. Se habían introducido en ella en mitad de la noche, en medio del caos.

El pasillo era completamente blanco, parecía hecho de una sola pieza, a lo largo del suelo pudo ver dos pistas de raíles magnéticos, seguramente destinados al transporte dentro de un arca que tenía que ser bastante grande para necesitar ese tipo de artilugios. Habían esperado unos segundos cuando oyeron el suave silbido de un transporte acercarse tras ellos. Los guardias lo detuvieron, sentaron a los prisioneros en el vehículo completamente blanco y curvilíneo. En el frontal, brillando con una suave luz blanquecina, se distinguían el sol y la tierra entrecruzados que representaba el poder de la UMACE. Los guardias subieron tras ellos.

A ambos lados del pasillo se sucedía una puerta tras otra. Tan blancas como el pasillo y señaladas con un código, como queriendo ocultar su contenido a cualquiera que las viese. Giraron varias veces hasta perder cualquier sensación de orientación, entonces llegaron a un puerta mucho mayor que las anteriores. La puerta se abrió y el transporte, que parecía actuar ajeno a la voluntad de los guardias, se introdujo en una especie de montacargas. Bajaron, o creyeron bajar durante un rato. Cuando el ascensor se detuvo y se abrieron sus puertas, una sensación de desconcierto le invadió, se encontraban ante un pasillo igual que el que habían dejado arriba. ¿Cómo podían saber hacia dónde se dirigían?. La respuesta era clara, no lo sabían. ¿Qué les habrían prometido a estos hombres para unirse a este experimento? Esa respuesta era más sencilla aún, la supervivencia. El salario más preciado de un trabajador dócil.

Siguieron avanzando y por fin llegaron a lo que parecía su destino. Era otra puerta como las demás, marcada con el código DV-1095. La puerta se abrió y fueron introducidos a empujones. De nuevo la resistencia fue inútil. La puerta se cerró tras ellos, dejando a los guardias al otro lado.

La habitación y todo lo que contenía eran igualmente blancos. Del blanco más perfecto y radiante que uno pudiera imaginar. Dentro encontraron una cama con sábanas y almohadas blancas, una mesa y una lámpara blancas, y una puerta frente a la de la entrada que debía ser el baño. El hecho de que en la habitación no hubiese ningún vértice, ni siquiera en las esquinas de las paredes, y la luz intensa le producían una sensación asfixiante de vacío eterno.

Ella se sentó en la cama con la cabeza entre las manos y los brazos apoyados sobre las rodillas. La posición curva de su cuerpo y su pelo corto no ocultaba su feminidad. Las mujeres vestían casi igual que los hombres en esos días. Añoraba las faldas y las melenas sueltas en verano. El corte de pelo, aunque más cuidado y estilizado, era muy parecido al del hombre. La mayoría de las mujeres no despertaban en él ningún instinto. Pero ella, a pesar de esforzarse en ocultarlo, siempre era una mujer a sus ojos.

Iba a romper a llorar de un momento a otro. Pero él no lo notaría, ella no lo permitiría. Antes de que tuviera tiempo de acercarse a ella, la puerta se volvió a abrir, otros dos guardias entraron. Sin mediar palabra les entregaron dos pijamas completamente blancos y esperaron a que se los pusieran. Ella lo miró en un contenido gesto que delataba un pudor reminiscente, pareciera que la cultura se había tornado instinto en una sociedad en la que todo parecía vuelto del revés. Él le indicó con un gesto que se cambiara a su espalda. Así lo hizo. De todos modos no parecían sentir siquiera la tentación de mirar, no eran simples mercenarios. Cuando ambos se habían cambiado los guardias extendieron las manos indicando que les entregaran sus ropas. Él fue a sacar el ordenador del bolsillo de la chaqueta y uno de los guardias intentó arrebatárselo, pero no fue lo suficientemente rápido. El hombre lo miró severo y volvió a extender la mano, sin decir nada. Tuvo que contenerse y obedecer. La ira no le llevaría a ninguna parte.

– Queremos hablar con Víctor – dijo sin esperar una respuesta pero sí al menos una reacción. Los hombres se miraron con una torpe sonrisa, como si les pareciera un deseo del todo irrealizable. Entonces ella insistió – Es mi padre. – La sonrisa de los guardias se tornó en carcajada. La puerta se cerró silenciosa mientras los hombres se iban con lo poco que les quedaba de la tierra.

Esta vez no esperó a sentarse. No pudo contener una lágrima, después de que él la abrazase, el resto siguió a la primera como si se rompiera una presa sin previo aviso. No podía decir nada. Sólo abrazarla, y llorar con ella.

Ambos lloraron hasta secarse y se sentaron juntos en la cama.

– ¿Cómo ha podido condenar a su hija a una muerte segura?
– Tú padre es un hombre de ciencia. Sabes que la moral personal no significa nada para él cuando el conocimiento y el avance están en juego. Este es su gran experimento, y seguramente nosotros no tenemos lugar en él. Pero no lo culpes, él no ve lo que hace. No creo que te haya condenado a la muerte, eso lo hemos hecho entre todos, él sólo se ha salvado.
– ¿Sólo se ha salvado? Dejándome a mí atrás. Estoy harta de que intentes justificar a todo el mundo, no sé cómo puedes despreciar tanto a la gente y defender tanto a las personas. Creo que al menos en este caso podías darme la razón.
– Tienes razón al enfadarte. Pero tu padre no es malo y lo sabes, no creo que haya hecho esto sin pensarlo. Sea como sea ahora tenemos que olvidar eso por duro que resulte e intentar descifrar que está pasando y que podemos hacer para permanecer todo lo vivos y libres que podamos. Tarde o temprano vendrá alguien a hablar con nosotros. Puede que sea tu padre, y no podemos enzarzarnos en una batalla familiar. No parece que nos vaya a ofrecer un trato preferente, así que tendremos que convencerle de que servimos para algo.
– Supongo que tienes razón. Pero tú hablarás con él yo no podría mirarle a la cara. ¿Qué podríamos hacer tú y yo aquí? Tú eres escritor y yo soy músico, y ninguno de los dos somos los mejores de nuestros gremios, pocos habrán aquí que no bajen de genios. Lo más parecido a nosotros serán filólogos y musicólogos, si es que no se ha conformado con traer libros. A veces parece que se le olvida que los libros están escritos por personas.
– ¿Quién sabe? A lo mejor tienen una sala de baile, y necesitan urgentemente un violoncelo para la orquesta.
– Sí, y tú podrías escribir una biografía de mi padre ensalzando su labor como salvador, poniéndolo a la altura de Noé o Moisés. Para que los herederos de esta expedición nunca olviden su nombre. Tiene un buen nombre para un redentor.

Rieron juntos pero pronto se volvieron a sumir en un impenetrable silencio intentando desvelar los misterios que ocultaba su nívea prisión espacial.

Él sabía poco de la poderosa organización que dirigía Víctor. En nada se parecía a la omnipotencia de los viejos poderes, ahora eran pequeñas organizaciones las únicas capaces de hacer frente a la democracia de la gente, aislándose de ésta. La ley imperaba, pero sólo en lo público, que era casi todo. En lo privado imperaba la anarquía individual, sostén último de las libertades humanas. Se sorprenderían si supieran aquellos viejos anarquistas que creyeron en un mundo sin legisladores pero con infinitas normas creadas entre grupos esporádicos cuando vieran que habíamos llamado a todo lo contrario anarquía. Todos eran legisladores de una ley única pero indescifrable. Esta libertad privada y el acceso a toda la información que el hombre había podido almacenar a través de la red permitió a los escasos propietarios crear paraísos e infiernos humanos, ellos dos pertenecían a esa nueva aristocracia sin ningún poder real. Aquellos que vivían en terreno público, es decir, en las colmenas, no tenían tanta suerte. Pero seguían teniendo la red. Siempre tenían la red y el voto.

UMACE era uno de los últimos bastiones del conocimiento. En especial de las ciencias aplicadas. Poseía una enorme extensión de tierra al noroeste de la ciudad. Originariamente no era más que un grupo de científicos que se oponía a la minusvaloración de algunos estudios no considerados relevantes para la gente. Algún multipropietario aburrido y encantado con sus publicaciones subversivas y catastrofistas les había cedido los terrenos donde crearon la institución. Su principal fuente de ingresos era el furor del momento, el gran clímax de la decadencia del ocio, el turismo espacial. El estado no tenía instituciones capacitadas para innovar en esa materia pero el pueblo exigía circo. Muchas instituciones se enriquecían a costa de su conocimiento y firmaban contratos con el estado. Era el reflejo macroscópico de una sociedad en la que nadie era capaz de vivir sin la tecnología, pero tampoco capaz de entenderla.

Le tranquilizaba saber que no estaba en otra de las incontables naves turísticas que recorrían ahora el espacio sin rumbo. Había millones de náufragos condenados a vagar por la galaxia hasta morir por el hambre o la asfixia, o caer unos a manos de otros en una última bocanada de instinto animal.

UMACE no huía desprevenida. Estaba preparada para el apocalipsis. Tendrían planeado un nuevo renacer y no serían los únicos. Entre los círculos más cultos de la sociedad se hablaba desde hacía años del fin de la humanidad. Se daba por hecho, muchos eran los factores que lo indicaban. Sin duda alguna habría otros buscando crear todo de nuevo en algún planeta habitable o en inmensas naves autosuficientes. Como en los libros de su infancia. Sólo esperaba no estar en la probeta equivocada.

Carlos Moratalla Gallardo.

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