Cap 8. CINCO FRANCOS SUIZOS

hist88

He de deciros que he vivido una tragedia. Como ya os dije soy un persona positiva, en cuanto sufro cualquier percance mi cerebro se pone rápidamente a buscar una solución en vez de revolcarse en la autocompasión, pero este problema consiguió deprimirme, aunque sólo durante unos minutos, empecé a tocar la guitarra como un condenado y se me olvidó. El caso es que tenía escritos los capítulos ocho, nueve, diez y once del blog, pero los he perdido, voy a intentar no pecar de humano y me culparé a mí mismo y no a las máquinas. Gracias al cielo soy un enamorado de mi propia obra y todo lo que escribo o grabo lo reviso cientos de veces y creo que podré reescribirlo, además, debería estar basado en hechos reales, así que vamos a ello.

Tras la visita a mi hermano en Heidelberg pongo rumbo a Suiza. En Olten, o mejor dicho en Dulliken, un pueblecito adyacente a Olten, me espera Jairo. No sé practicamente nada de él, es amigo de un amigo y contactamos por facebook porque le encanta nuestra música, le comenté que me iba de viaje por Europa y no dudó en invitarme a su casa. Mi falta de interés por la vida de la gente (no os creáis que no me importan las personas, pero lo que cada uno cuenta de sí mismo suele ser engañoso o irrelevante por lo que no pregunto) hace que no tenga ni idea siquiera de su edad o aspecto. Lo poco que sé es que vive en una casa de cuatrocientos metros cuadrados y que durante un tiempo se dedicó a esto de la música. Estos datos escasos ponen mis prejuicios en funcionamiento y me imagino un hombre de mediana edad, con familia y amante de la noche, sólo acerté una.

El no tener obligación alguna hace que siempre llegues antes a los sitios. Aparezco en casa de Jairo una hora antes de lo previsto y al pasar delante de su casa veo un chico de unos treinta años en la puerta que se gira y me saluda. Mis prejuicios, que nunca descansan, rápidamente asumen que es el jardinero, pero el individuo de la puerta se acerca hacia mí. No puede ser, es demasiado joven para tener esa casa, entonces lo veo todo claro, una de dos, o es un narcotraficante de altos vuelos o es okupa de lujo. La explicación sin embargo era bastante más sencilla.

Jairo comparte la casa (esa casa espectacular en la que grabé el video del quinto capítulo de éste nuestro blog) con cuatro chicos de su edad que trabajan en Suiza. Como podéis adivinar por su invitación es un tío extremadamente generoso, de esos que aquéllos de vosotros totalmente corrompidos por las circunstancias etiquetáis como demasiado bueno, tiene un sinfín de historias vitales para narrar, es de esas personas que te cuenta las anécdotas como si de un cuento se tratara, esas historias de las que intuyes que todo no puede ser verdad, pero de las que no puedes evitar creértelo todo a pies juntillas. Por si no fuera suficiente, Jairo canta a Gardel y Calamaro como un jilguero en primavera.

¿Los jilgueros cantan bien no? Bueno ya está bien de hablar de pajarillos y amables desconocidos, ésto va sobre mí, ¿o no véis mi cara en el báner? Sí, me he pelado, gracias por daros cuenta. Sí, he dicho báner, ¿cómo queréis que lo llame?¿cartelito? Hagamos como buenos españoles, pongámosle un acento y apropiémonos de la palabra. Después de este exabrupto, sigamos con mi vida.

Tengo una confesión que haceros. Me encanta los videojuegos. Cuando era pequeño no pensaba en otra cosa. El mejor castigo que mis padres tenían para imponerme era prohibirme jugar a la maquinita. Debido a mis excesos, en mi casa se desarrolló con los años una compleja legilasción videojueguil. No se podía jugar los días de diario, ni antes de desayunar, no se podía jugar en pijama, si las orejas y/o los ojos se me ponían coloraos tenía que parar, si me alteraba, cosa que sucedía amenudo porque antes no podías guardar las partidas, me arriesgaba a un castigo. Ahora juego menos pero de vez en cuando engancho algún juego y lo fundo. Sólo hay un juego que espere con ansia a cada lanzamiento, y el lanzamiento de la última edición me pillaba en plena expedición. Hermosa coincidencia la que hizo que el último invitado de la casa hubiera comprado el juego y se le hubiera olvidado allí, éso y que todos los habitantes de la casa trabajasen por la mañana. No he jugado durante toda la semana en Olten, pero casi.

Durante el resto del tiempo en Olten viví un par de historias dignas de mención. La primera podría titularse «De como descubrí el poder del franco suizo». Uno de los compañeros de Jairo es oriundo de Olten y me recomienda encarecidamente que pruebe a tocar en un puente peatonal de madera cubierto que cruza el río Aar. Después de una semana de vagancia cojo la bici de Jairo y me dirijo al mencionado lugar. No hace mal día pero es un día laborable a las doce en una ciudad de tamaño modesto, por lo que espero poco. Pasa muy poca gente pero ante mi sorpresa casi un tercio de los que pasan me echan dinero y casi todos parecen disfrutar lo que hago, cosa que suele ser difícil en horario laboral. Mientras toco el tema de esta semana pasan un par de chicos de mi edad que parecen interesarse, siguen andando y se sientan al final del puente, lo suficientemente lejos como para poder escucharme. Cuando termino la canción una señora y sus dos hijos se acercan para hablar conmigo, después de un rato la señora se despide con una profunda bendición cristiana. Cuando se marcha la señora los chicos echan a andar hacia mí, una vez delante mía uno de ellos me interrumpe sacando una identificación policial colgada de su cuello al más puro estilo Arma Letal. Muy amablemente me explica que para tocar he de registrarme en el ayuntamiento, me indica donde queda, pero dado que me ha salido un concierto en un bar de la ciudad al día siguiente y que al otro me marcho, decido dejarlo para la próxima. Cuando miro la fundoa descubro sorprendido que lo que parece ser un poco de calderilla son treinta euros que no están nada mal para media hora de trabajo en un día así, va a resultar que tenían razón los que me decían que Suiza era el dorado del músico callejero, sobre todo gracias a la moneda de cinco francos, unos cuatro euros, con un par de esas ya ha hecho uno el negocio.

La segunda historia que viví en Olten podría titularse «De como Lole y Manué triunfaron en la noche suiza» pero la dejo para el próximo capítulo porque éste está alargándose demasiado. El tema de ésta semana es el archiconocid Redemption Song de Bob Marley, está grabado en Barcelona, toco este tema desde hace unos diez años pero lo tenía abandonado y nunca lo hacía en la calle hasta que llegué a Amsterdam y despertó el esclavo africano que había en mí. Me gustaría traduciros una de sus frases «emancípate de la esclavitud mental, sólo nosotros mismos podemos liberar nuestras mentes».

Mi nombre es Carlos Moratalla. Soy músico y técnico de sonido, con todo lo que eso trae consigo. Tengo un grupo, más que un grupo una hermandad. Nos hacemos llamar Oceans. También soy músico callejero. Hasta ahora he tocado siempre en mi Málaga natal, a la sombra de la manquita, a excepción de unos meses que pasé en Barcelona. Allí fue donde aprendí casi todo lo que sé sobre esto, en la parada de metro de Ciutadella.

Hace unos meses decidí que iba a coger el coche y recorrer Europa con la intención de visitar a algunos amigos que tengo desperdigados y ahorrar algo de dinero tocando o, al menos, volverme sin haber perdido nada. Mi idea era visitar Granada, Jaén, Ontígola, Durango, Ginebra, Amsterdam, Cracovia, Basilea y Barcelona. En total más de 7.000 km. En este blog os iré relatando mis aventuras y desventuras por el camino acompañando cada texto con un video cantando alguno de los temas que interpreto en la calle.

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